El burocrata y su pelota

    El burócrata es una criatura muy particular.  A pesar de tener completa seguridad de trabajo, parece siempre operar bajo el temor que lo despedirán, que le radiquen una pleito o un sinnúmero de cosas que le afligen la imaginación.  Esto da que el burócrata actúe de una manera singular, que refleja esa animada descripción de juego de pelota hecha por Abbot y Costello.  Nunca dice toda la verdad, escabulle todo intento de aclarar la situación, nunca reconoce cuando se ha equivocado y siempre esta tratando de hecharle la papa caliente a otro—dando a una completa confusion a la mas triviales de situaciones.  “Who’s on First”, es la pregunta que hay que hacerse.

    A eso de diciembre una importante obra de un reconocido autor que buscaba no aparecía.  Podia encontrar segundas y terceras ediciones, pero no el original que reflejaba fielmente la mano de su autor.  Algunos asistentes administrativos se confundían por la denominación  de catalogo LoC, en el cual menores variaciones de código tienen un enorme significado.  Me seguían entregando la segunda edición, hasta que tuve que señalar el error.  Cuando finalmente fue ‘ubicado’, se alego en aquel entonces que había sido prestado fuera de la isla—algo en contra de las normas del archivo.  Hable con el jefe para que investigara los extraños sucesos.  Mi deseo, le explique, era solamente ver la obra original.  Nada mas, nada menos.  Meses después, se me informa que el original había sido microfilmado!  No entendiendo la confusion, hable con el burócrata original, quien había cambiado su retórica.  Algún tipo de error fue hecho por este, sea al señalar que el libro había salido de Puerto Rico o al no detectar que se había microfilmado. No he podido verificar los datos al momento. Lo cierto es que el cuento inexplicablemente cambio, dejando a todos en la oscuridad por el trivial error.

    En otra ocasión fui a un pequeño archivo, queriendo ver una serie de tomos del siglo XIX.   Le advertí al bibliotecario que quería revisar todos los volúmenes en la serie antes de seleccionar lo que mas me interesarían ver; al ser irregulares, estos no están registrados en su indice, y por lo tanto no podia acceder un catalogo como ordinariamente haría.  El bibliotecario amablemente empezó a traerme los volúmenes, que estaban cercanamente a la mano. Para repetir, le había advertido que quería verlos todos, quizás unos 200 volúmenes. Incluso, al ser una persona mayor, le indique que you estaría mas que dispuesto a buscar los tomos yo mismo.  No obstante, la sugerencia iba en contra de las reglas del archivo, viéndome forzado a tener que pedirle un volume por volumen.  Apenas empezábamos la serie, cuando note que se canso el bibliotecario.  Este, luego me dice extrañamente que tendría que llenar una solicitud por cada libro deseado—cambiando arbitrariamente las reglas a mitad de vuelo porque se canso de estar levantándose de su escritorio.

    Finalmente, hace años atrás tuve que hacer unos arreglos con un burócrata—arreglos que al momento tenían algún valor e urgencia debido al proyecto antemano.  Entregue lo solicitado al representante de la institución, y a pesar de ser un asunto trivial—un ‘si’ o ‘no’—el burócrata tomo meses en dar una contestación final.  Yo pasaría por la oficina para indagar sobre el estatus, pero sin palabra alguna. Lo que fue particularmente extraño fue lo siguiente: completo silencio ante el mecanismo mas efectivo de comunicación que tenemos al momento: el correo electrónico.  La mas trivial de encuestas sobre el estatus de la solicitud caían sobre una enorme abismo de silencio, a tal grado que se podían escuchar los conquis zumbando sus melodías al aire. Pregunta: “¿Me tienes la respuesta?”  Contestación: [silencio completo] “coqui” “coqui”.  

    Tales son las burocracias.

    Aparentemente nadie esta en primera base.