José M. Saldaña y la ideología del abuso en Puerto Rico

    José M. Saldaña, ex presidente de la Universidad de Puerto Rico, le teme a la soberanía.  La palabra le da hazgo y pánico a la misma vez.  Quiere tapar el concepto como si fuera el mas apestosa calaña.  En su comentario (El Vocero, 2 de mayo de 2008), lo asocia con la separación total de Estados Unidos (totalmente falso).  Sugiere  que en un mundo "globalizado", el estado local no tiene poderes, escondiendo así su prescripción social en su descripción nacional (truco de 'magia').   Si rechazamos la imposición externa, nuestra isla se nos hundirá (¿cómo fue?).  Por lo tanto, tenemos que salvarla, sea lo que sea--aun si consiste en atacar unos de los líderes mas hábiles que Puerto Rico ha tenido en un buen rato.  Si apollamos a Aníbal, se hundirá el partido y, luego, la nación.  

    Es algo trágico--incluso patético si consideramos que Saldaña es un docente de la institución universitaria de mayor prestigio en el país--cuando las mismas personas que deberían de estar dando la batalla intelectual, internalizan ideologías diseñadas para beneficiar a otros fuera de la nación.  Antonio Pedreira, autor 'revolucionario' en la generación del 30, tiene que estar revolcando en su tumba.    Desafortunadamente, nosotros los humanos tenemos la mala tendencia en mentirnos a nosotros mismos cuando mas nos conviene, a decirnos cosas que apaciguan la dura realidad que actualmente confrontamos.  A pesar de sus posiciones de prestigio,  Saldaña no es la excepción.  

    La idea o la sugerencia, que el estado no tiene poderes vigentes para defender los intereses comunes de sus ciudadanos es tan patético como el argumento posmodernista que la nación es una ficción construida e inventada.  Peor aun es la sugerencia que el estado no debería de buscar aumentar dichos poderes cuando sea necesario, o meramente para mejorar las existentes.  Es como decirle al que ama su familia que no puede hacer nada para defenderlos si estos van a ser atacados, ni si acaso en buscar ayuda.  Es imprisionar la libre voluntad (el libre albedrío) antes de que se pueda ejercer: atarla con una cadena de mentiras para permitir que otros se salgan con la suya.  

    ¿Que pensaría la hija que fue torturada por 25 años en el calabozo por su propio padre a estas alegaciones, o incluso su familia, a la alegación "que se no puede o podía hacer nada para defenderla?"   ¿Aceptarían la idea que se debería de quedar callados y no decir nada?  ¿Cómo negarle el derecho de protección a los cientos de niños que fueron abusados por religiosos católicos o por sectas protestantes?  Cualquier persona razonable rechazaría tajantemente tal sugerencia.  Lo mismo con alegaciones de aquellos que buscan restringir o severamente coartar la soberanía nacional.

    En una cosa del articulo, tenias toda toda la razón, Saldaña.  Eres, sin duda alguna, un colonialista--y en la peor manera posible.