Quitandole la santidad a los arboles

    ¿Cuantas veces no hemos escuchado el "tengo que cortar el árbol porque sus raíces me van a dañar la casa"?   En esta forma, la imagen implícita del peligro sobre la solidez de la casa, aquella noción ilusoria del hogar estable, se utiliza como pretexto para coartarle la vida a un ente como si fuese un estorbo.  Mediante estos innumerables eventos se pierden miles de arboles al año y, en el proceso, el paisaje que una vez pensábamos nunca desvanecería.  Aquella dulce y sombría vereda, tan placentera y tranquila con su pitirre cantando, se desvanece al tornase en una caliente prisión de cemento y hormigón.  Pero, de verdad, ¿que es lo sólido y que es lo liquido del fenómeno?   El concreto da apariencia de solidez cuando se seca, pero rápidamente nos olvidamos su estado liquido y cambiante antes de que lo habíamos hechado sobre el suelo.  El árbol, quien no tiene culpa en donde nació ni otro lugar a donde ir, en numerosas veces llevaba más tiempo en el lugar que los mismos propietarios.  Mediante este proceso de cambio--lento, disperso, pero consistente--se pierde el lugar de las memorias.  Los hijos, aquellas nuevas generaciones, juegan en nuevos lugares a pesar de estar en el mismo sitio, formando imágenes secas y duras sobre lo que constituye la naturaleza.  Gradualmente, de generación en generación, se va transformando nuestras nociones sobre lo que es nuestro hogar, en el sentido más amplio de la palabra.