Adiós, amigo.


Fuente: Claridad



Desde hace unos meses sabía que un día, como este, estaría sentado frente a un teclado tratando de escribir esta despedida. Que buscaría palabras que no llegan. Quiero escribir, pero me sale espuma, dice más o menos un verso de Miguel Hernández, a quien siempre acudo en momentos duros. Y ahora entiendo más al poeta. Llevo un rato y sólo aparecen palabras huecas, como de espuma.

Pienso en cosas raras. Por ejemplo, en las manías que todos tenemos. Carlos era especial, pero también las tenía. Una de ellas era que no quería que le organizaran actos de despedida. Quería irse sin ruido y, sobre todo, que no lo estuvieran exhibiendo de un lado para otro como, como pájaro en jaula. Esos pedidos los repitió varias veces, como un mandato de despedida.

Pero no todos los mandatos deben ser cumplidos. Carlos, en su inmensa humildad, nunca percibió a cabalidad lo que él representaba para Puerto Rico. No entendía que su dedicación a la lucha lo había colocado en un lugar especial. Que esa lucha intensa le había conseguido enemigos, pero que por cada uno de esos hay una legión de agradecidos Que muchos de esos últimos quieren, al menos, tener un minuto para decirle adiós, para decirle que lo quieren, que lo respetan y que le agradecen su dedicación a este pueblo, a esta Patria. Quieren que sepa, aun desde la nada de la muerte, que le estamos y le estaremos eternamente agradecidos.





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